Una utopía emancipadora de promoción de la salud

Es necesario recordar para poder existir en el presente y proyectarse
En 1981 llegué a la Universidad, recién egresada de la Maestría de Medicina Comunitaria de la Universidad de Edimburgo. Habiendo trabajado intuitivamente y durante mucho tiempo con comunidades, desarrollé un gusto por el servicio, por el trabajo con la gente, el cual -según mi parecer- es la solución a muchos problemas personales y colectivos. El trabajo colectivo sana, el servicio sana y para mí es un principio de la promoción de la salud.

Para la mayoría de las instituciones, las comunidades han sido el campo de realización de sus metas y objetivos, y aunque la mayoría están filosóficamente concebidas para la promoción y el servicio, al proyectarse hacia comunidades específicas olvidan justamente lo más importante: que son comunidades específicas que tienen su propia historia, que cualquiera que sea la situación en la que se encuentren, ésta expresa el resultado de un proceso histórico y político.

Lo histórico y lo político tienen una relación innegable con las aspiraciones y los sueños de cualquier comunidad, y estos están ligados en la mayoría de las ocasiones con el amor, con el respeto y la dignidad. Pero la existencia de un cierto fetichismo conceptual hace que la comunidad sea un concepto del cual, si se sustrae lo histórico y lo político, con más razones lo afectivo y lo emocional. Las instituciones actúan como si llegaran a espacios sociales minusválidos histórica, política y emocionalmente. Llegan a imponer su “lectura” de la problemática. Y como es su lectura lo que proponen son también sus “soluciones”, las cuales pueden tener toda una sustentación teórico-técnica, pero generalmente carecen de profundidad en lo humano, en lo social y en lo cultural. Las alternativas que proponen no consultan las verdaderas aspiraciones de las comunidades.

La experiencia directa nos ha demostrado que si la educación, la investigación, la promoción y la transformación social tienen efectivamente un sujeto, éste no puede ser otro que el ser humano y sus aspiraciones de vida. Que nada de esto tiene sentido si no se centra en lo que el ser humano puede y quiere hacer con los demás, en condiciones activas, libres, verdaderamente democráticas.

También se puede llegar a una comunidad de manera diferente; mi propia experiencia me llevó a las comunidades no a proponer nada, sino a motivarlos a soñar en voz alta, a generar procesos de formular y ejecutar lo que quieren, individual y colectivamente. Siento que los instrumentos de planificación, de investigación y de diálogo son la base para la ciudadanización; es en lo que ahorita estoy pensando y trabajando.

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