Miradas sobre la obesidad

En México hablamos y analizamos de muchas maneras acerca de los problemas de salud relacionados con la alimentación. Estos problemas ya se reconocen como problemas globales y multifactoriales que por lo tanto requieren de respuestas coordinadas de todos los actores involucrados: el sector salud, la industria alimentaria, la industria de la publicidad, el sector educativo, el Gobierno, los padres de familia y la población en general.

Las opiniones del sector salud y sus estrategias para resolver la obesidad tienen que ver con la realización de campañas de comunicación social, de educación, del cuidado y calidad de la alimentación, de fomentar y promover la actividad física en todos los espacios, en mejorar las etiquetas nutricionales de los alimentos empaquetados, en disminuir las raciones, eliminar grasas y azúcares simples en los alimentos procesados, crear alianzas estratégicas con todos los sectores implicados, capacitar al personal de atención primaria de salud, educar a padres y maestros, implicar a los medios masivos de comunicación y resultarán muchas más.

Como las sociedades y las culturas conciben como problemáticos los comportamientos que tienen que ver con la alimentación de la mayoría de la población, las recomendaciones, campañas, estrategias de los gobiernos y sectores se han empeñado en regular esos comportamientos durante toda la vida, y la educación nutricional es la punta de lanza de los estilos de vida saludables. Entonces proliferan las guías alimentarias que insisten en lo mismo: en los hábitos, el control sobre la comida, la educación a la familia como primera transmisora de mensajes, etc. Sin embargo, el modelo no está resultando eficaz. La tasa de obesidad ha aumentado a pesar de todas las estrategias y las campañas para enseñar hábitos de vida saludable.

El fondo ideológico de estas intervenciones no es otro que el de recordarnos que, al fin y al cabo, estar gordo sólo depende de uno mismo: la persona es en última instancia responsable de su estilo de vida y del de sus hijos. De forma que se busca que el individuo sano o enfermo modifique su conducta por su propio convencimiento.

Los estilos de vida han cambiado, los patrones de crianza han cambiado y una de las cosas que más ha pesado es el cambio en la actividad física. El tipo de juegos en los niños cambió. Antes corríamos, nos movíamos todo el tiempo, era muy raro mantenernos sentados más de dos horas, queríamos estar afuera, jugando. La ciudad era más segura y no teníamos exceso de tecnología. No digo que la tecnología sea mala pero sí nos ha hecho más sedentarios, incluso a los adultos.

Tomábamos refresco de manera diferente; cuando regresábamos exhaustos de gastar energía jugando, tomábamos un poco de refresco frío, pero había reglas también para eso, los hábitos eran diferentes.

No hay alimentos ni malos, ni buenos. El problema es la cantidad, la frecuencia y convertirlo en un hábito que forme parte del estilo de vida, ese es el problema. Los refrescos, los dulces, las harinas y el sedentarismo si son ocasionales no tienen por qué afectarnos, pero si los hacemos tan frecuentes, tan habituales, cotidianos e incluso obligados -porque sólo hay refresco en el refrigerador, por ejemplo-, entonces ya los estamos haciendo parte de una necesidad prioritaria.

El uso que le damos a ciertos alimentos y cómo estamos habituando a los niños a su consumo es lo que tendríamos que trabajar, no satanizarlos, porque cuanto más nos niegan algo, más lo vamos a desear, es más bien educarnos conscientemente sobre el estilo de vida más saludable para mantener la salud.

Al respecto de este tema, que se ha convertido en un problema de salud pública, opinan tres docentes de distintas áreas del conocimiento: la Mtra. María Magdalena Sánchez Jesús, de la División de Ciencias Biológicas y de la Salud ; la Dra. Ana María Paredes Arriaga, de la División de Ciencias Sociales y Humanidades; y el Mtro. Jorge Castillo Morquecho, de la División de Ciencias y Artes para el Diseño.

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