De márgenes, fronteras y muros

Para muchos historiadores y científicos sociales el año de 1989 marcó el final del siglo XX y principio de siglo XXI, con la caída del muro de Berlín. Aparentemente la caída del muro simboliza la libertad, la democracia y el fin de algunos gobiernos totalitarios; esto generó cierto entusiasmo en Europa del Este y en países de la cortina de hierro, esa frontera política, ideológica e incluso física entre países capitalistas de Europa occidental con estados comunistas de Europa oriental.

No obstante, ese modelo político y económico con una idea de “capitalismo triunfante” en su variante neoliberal(1) -del cual Estados Unidos continúa con una hegemonía mundial- representa, a fin de cuentas, una efectiva libertad total, pero sólo para el mercado de los grandes consorcios económicos.

“Se trata de muros, no sólo físicos, sino simbólicos que nos impiden, en principio, pensar más allá de los límites de lo inmediato.”

De esta forma sí caen fronteras en cuanto a la libre circulación de mercancías, pero al trabajo, esa mercancía clave que genera la riqueza, se le empiezan a levantar muros por todos lados. Paradójicamente, en una época donde cae un muro, terminan levantando muchos otros de diversos tipos. Muros físicos como en Cisjordania, muros como los del norte de África o el muro del que habla Trump, el cual quiere que paguen los mexicanos. Esto último es muy simbólico, la mayoría de esos muros reflejan una relación de poder pero también de humillación.

Este simbolismo se vuelve exponencialmente terrible en relación con aquel optimismo que hubo cuando cayó el muro de Berlín: “estarán unidas las familias” o “los seres humanos tendrán más libertad”. Se hace una crítica a gobiernos totalitarios pero al final surgen fronteras simbólicas por doquier.

Muchos muros se construyen en la relación de las personas. Empieza a surgir un sujeto social que se atrinchera y genera una alergia hacia el otro; las relaciones a quien es diferente ya sea cultural, social o político, se vuelve intolerancia, rechazo y negación, e incluso odio y deseo de nulificación. Son tendencias de racismo y xenofobia encarnadas en personajes concretos como Donald Trump, que además son un síntoma latente en las sociedades: si él llegó a la presidencia es por un grupo de personas que lo apoyan. Los intereses económicos o condiciones de vida de estos grupos son polarizados, por un lado gente con problemas económicos, derrotada, y por el otro los grandes intereses económicos y empresariales.

En su artículo “La lumperburguesía, la democracia y la verdad espiritual” Karel Kosík, filósofo checo, suma a la idea marxista del lumperproletariado (un grupo social sin conciencia ciudadana ni de clase, que no conoce su lugar en el mundo y sólo se mueve por resentimiento social) el término de lumperburguesía, un grupo con intereses económicos que no actúan en el marco de ningún reglamento jurídico, político o de conciencia del bien común; nada les importa, se trata de una visión incluso sociópata. Esto hace pensar en una correspondencia entre los muros que existen en las fronteras con un muro en las construcciones de subjetividad social.

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