La educación: el cambio del país
Parece –curiosamente- que todas las instauraciones han sido sangrientas y que los únicos que pueden fundar naciones y culturas son los guerreros, los que destruyen. Llegó el momento para los que no aplastamos ni asesinamos, los que respetamos profundamente la vida y podemos decidir instaurar un país, una nación, una cultura, haciéndolo por la única vía posible, la vía de la modificación cultural, la de la estética y la sensibilidad. Se necesita una postura civil que le diga al mundo que tenemos derecho a la paz y que vamos a poner un límite para que se nos cumpla ese derecho.
Si incorporamos las inequidades transversales existentes en las universidades, por ejemplo, el racismo imperante en la práctica de nuestra educación -en un país donde más del 10% de la población pertenece a la diversidad cultural- vemos que hay sectores que siguen en la resistencia a reconocer esa y otras, como las diversidades sexuales, la violencia de género, el respeto de unos por otros.
Si no enfrentamos esto, desde elementos tan concretos como el sentido de género, estamos perdidos en esa perspectiva. Hablo de la diversidad y de un sentido de universalidad distinta. Son valores centrales para la educación superior y se debe mejorar la currícula, el ingreso, todos los aspectos necesarios. El fondo, el eje central y el papel de las universidades, parte del concepto de dejar de ser un ente homogeneizador, y ocupar el gran lugar de los diálogos desde los saberes, de los diálogos sociales, transformadores, políticos, ambientales, etc. Significa que la universidad debe seguir comprometiéndose con la vida, hoy en día que prima, podemos decirlo tristemente, la muerte.
Nos vamos a tener que mover entre el terror y la ternura, entre la violencia y la construcción de valores afectivos, entre ese horizonte de golpeante realidad de la violencia, del horror, para redescubrirnos en nuestra ternura y en esta posibilidad efectiva de recuperar un sentido de vida distinto. El fenómeno del amor y el manejo de los afectos condicionan y muchas veces determinan el resultado de los procesos de desarrollo social, así como condicionan y determinan muchos de los ámbitos de nuestra vida como individuos y como colectividades.
Insisto en que el uso del lenguaje no es solo para ponernos en sintonía, sino que refleja las dimensiones de un país de cientos de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos, de los horrores que vemos todos los días en las noticias que nos retratan como sociedad. Es un país cruzado por todo tipo de bandas guerreras, sin proyecto de país, acostumbrado a la eficacia diaria de la violencia. La violencia es un aparato efectivo para marginar al diferente, acumular capital, e incluso para solucionar problemas conyugales.
Es un horizonte de futuro que se nos ha impuesto y que ahora tenemos la posibilidad real de transformar. El país no puede seguir siendo esto, debemos participar de manera contundente en la cuarta transformación. Aquí mismo, como en ningún otro país, existimos ciudadanos que en medio de la guerra construimos los tejidos de la civilidad. Existe una acumulación de sentido de vida y hoy tenemos que vivir este acontecimiento, esta suspensión que nos da la capacidad de vivir el instante, y este es un instante que brinda huracanes de gran cambio, una gran transformación.