Los seres humanos hemos modificado nuestros hábitos y costumbres a lo largo de la historia. Para satisfacer nuestras necesidades y mejorar la calidad de vida hemos usado la fuerza y el conocimiento a través del trabajo y el uso de recursos y energía, de manera tal que, al mismo tiempo que se desarrollaba el trabajo, se realizaba un intercambio tanto con el ambiente, como con otros seres humanos. Sabemos que al trabajar, además de modificar su entorno, una persona también se modifica a sí misma, al vincularse con otras personas o colectividades.
Todo trabajo demanda de esfuerzos físicos y conocimientos tanto individuales como colectivos. Existen múltiples cantidades de trabajos, organizados cada uno de diferente manera, y al estudiar la evolución histórica vemos que la división social del trabajo ha ido aumentando cada vez más.
“Las mujeres no sólo se han patologizado por problemas reproductivos, sino también porque no descansan.”
En la prehistoria los primeros humanos subsistían por medio de la recolección y la caza. Fueron las mujeres las encargadas de la recolección de frutos y semillas, la caza de animales pequeños, la pesca, además de que aseguraban la alimentación del grupo. Su contribución productiva fue verdaderamente importante en esas sociedades, sin embargo los trabajos desempeñados por el hombre y la mujer se complementaban para asegurar la supervivencia. Conforme fueron ampliando sus conocimientos incorporaron herramientas cada vez más complejas y descubrieron el fuego. Cuando el ser humano pasó de recolector a cazador se produjo la primera división social del trabajo: la asignación de funciones según el género y la edad. Tiene que ver con las capacidades físicas y con el cuidado de los niños y del fuego.
Más tarde surgen los centros urbanos y florece la agricultura, aumentando la tecnología y el dominio de conocimientos más complejos y especializados. La división del trabajo también se torna más compleja con la diferenciación de grupos sociales según su oficio y con esto aparecen las jerarquías entre las distintas ocupaciones.
Cuando aparece la apropiación de tierras, ganados y utensilios ocurren dos cambios sociales trascendentales: Se derriba el matriarcado, en el cual las nuevas generaciones heredaban por parte de la madre, para dar paso al patriarcado, en el cual se hereda por parte del padre y hacia el primogénito varón; se empieza a desarrollar un modelo de subordinación de la mujer al hombre, aparecen los primeros propietarios y las bases del esclavismo.
Otra de las divisiones importantes del trabajo que contribuye al control de la sociedad fue la separación de lo intelectual con respecto al trabajo manual. La aparición de la propiedad privada les permite a las personas más poderosas de la sociedad acumular gran poder económico y el control social. De esta forma la sociedad se divide en dos grandes grupos: explotadores y explotados. Es la época del esclavismo.
Los grandes territorios y provincias, producto de guerras e invasiones y bajo el control de monarquías y nobles, se desarrollaron alrededor de los castillos y bajo la protección del señor feudal. Los siervos subsistían alrededor de los castillos, bajo las órdenes de los terratenientes. Es la época feudal, durante la cual las mujeres y niñas campesinas, además de participar en la servidumbre del señor feudal, participaban en las actividades agrícolas, cultivaban el huerto, recogían leña, cuidaban de los animales, cocinaban, cuidaban los hijos, y realizaban con exclusividad los trabajos de la casa.
A medida que las sociedades se hicieron más complejas, la especialización del trabajo aumentó. Aparecen divisiones jerárquicas entre trabajadores que ejecutaban el mismo oficio, como en los gremios de artesanos medievales, en los que surgieron las diferenciaciones entre maestros, oficiales y aprendices.
Las mujeres que vivían en núcleos urbanos también realizaban actividades productivas mediante su trabajo en los talleres de artesanos y en la comercialización de productos. Ellas también tenían a su cargo los trabajos de limpieza, alimentación y cuidado de su familia. En esta época las mujeres que no pertenecían a la clase alta trabajaban fuera de casa. Eran comerciantes, se empleaban como niñeras, nodrizas, lavanderas eventuales o trabajaban en los talleres artesanales. Las antiguas ideas favorecieron la discriminación de la mujer. Se adoptó la distinción entre el ámbito público y el privado, relegando la mujer a este último. Se les negó la educación y se impidió a la mujer participar en actividades políticas.
El aumento del comercio, las rutas comerciales y la especialización sentaron una base para el inicio de los mercaderes y artesanos, los gremios, cuyo objetivo era obtener una justicia social igualitaria para todos sus miembros. A todo aquel que trabajara le correspondía un sustento. Los gremios crecieron al mismo tiempo que se intensificó la competencia industrial y comercial. Sus fines solidarios fueron cambiando por fines monopólicos e impulsaron a muchos agremiados hacia las filas de los trabajadores asalariados, amplificando la lista de obreros y obreras sin derechos, protección y seguridad laboral.
Aparece y se fortalece la industria. El trabajo y el capital se separan. Durante un largo tiempo los tres sistemas productivos (el taller artesanal, el taller manufacturero y el trabajo a domicilio) convivieron. Desde fines del siglo XVIII estos talleres fueron absorbidos por un nuevo modo de organizar el trabajo: la fábrica industrial. Los avances tecnológicos, que llevaron a la Primera Revolución Industrial, tuvieron un gran impacto en la economía y en el desarrollo del trabajo. La innovación más importante fue el desarrollo de la producción masiva que se caracterizó por horarios prolongados, malas condiciones de trabajo, insalubridad, inseguridad y bajos salarios, siendo los peores pagados los menores y las mujeres.
La era de la producción en masa, por tanto no supuso un progreso en la emancipación de la fuerza de trabajo sino un agravamiento de las condiciones: pérdida de control sobre el proceso de producción, burocratización de la actividad en la industria, división de los trabajadores mediante los sistemas de primas. Durante todos estos siglos las mujeres han participado activamente en los trabajos productivos pero de una forma invisible, con los salarios más bajos del mercado y socialmente menos valorados. Del mismo modo, tradicionalmente también las mujeres se han estado ocupando de realizar los trabajos domésticos.
El trabajo que realiza la Dra. Garduño profundiza en los estereotipos de género, las exigencias agregadas de género en el trabajo y el trabajo doméstico, como temas centrales. Ella enfatiza en que todos somos trabajadores pero curiosamente –y aquí viene la perspectiva de género- se ha querido desligar el trabajo remunerado del trabajo de reproducción, en especial el trabajo doméstico, generalmente realizado por mujeres. En el siguiente artículo ella resalta que en el mercado laboral, las mujeres siguen teniendo abanicos de opciones más cerrados, y están sometidas a exigencias distintas, especialmente la doble jornada con el trabajo doméstico, pero también al interior de todos los centros laborales a las mujeres les hacen exigencias diferentes a su puesto de trabajo.