“Una de las principales experiencias que viven los alumnos en la educación superior mexicana es la anulación del yo en la escritura, es decir, la descalificación de ellos mismos como autores de sus ideas, o la prohibición de expresarse en su propia voz. He llegado a esta formulación al comparar mi experiencia en instituciones académicas de México y de Estados Unidos, y al escuchar las historias de diversos estudiantes e investigadores jóvenes en México.
Como estudiante, profesor e investigador, mis experiencias en instituciones mexicanas y estadounidenses han sido dramáticamente distintas. En universidades como Berkeley o Vanderbilt, me he sentido principalmente libre, animado y respetado para pensar y escribir; y no sólo eso: he sentido el valor que especialmente se le da a escribir con tu propia voz, es decir, con tu estilo, acento e intención. En cambio, en México he experimentado, como muchos estudiantes, toda clase de reglas, normas y requisitos que con frecuencia bloquean la capacidad y el deseo expresivo. Percibí con más intensidad esta diferencia al leer una variedad de artículos publicados en revistas académicas o journals internacionales, en donde el estilo suele ser más libre y personal que lo que se suele prescribir en las instituciones mexicanas. Es notable, por ejemplo, la frecuencia con que los autores hablan en primera persona (desde un yo) y a partir de su experiencia personal. El siguiente es sólo un ejemplo tomado de un artículo publicado en el Journal of Adolescent and Adult Literacy:
“Léeme un cuento” son palabras que nunca dije. “Te voy a leer un cuento” son palabras que nun¬ca escuché cuando era niña en la reservación navajo en el norte de Arizona… (White-Kaulaity, 2007)
Si bien no todos los artículos académicos publicados en los journals más prestigiosos de Norteamérica o Europa están escritos en primera persona, al menos es claro que no está prohibido hacerlo de este modo. Veamos, en contraste, lo que he encontrado recientemente al entrevistar estudiantes de licenciatura y posgrado en distintas instituciones de México. Son fragmentos de conversaciones grabadas y transcritas, en las que uso pseudónimos para los declarantes.
Bertha, estudiante de maestría: Yo pensé que estando en antropología yo podría hablar como una sujeta hablante, pensante, pero te aniquilan… yo quería acceder gradualmente a ese discurso académico, pero aquí no hay ninguna gradualidad. Aquí o estás conmigo o estás en mi contra. Y “estás en mi contra” es: “tienes qué hablar así; si no hablas como yo, estás en mi contra”. No me lo decían explícitamente; me lo decían implícitamente al yo entregar mis borradores y tachar y quitar y “esto no es académico”, “esto no se habla así”. Entonces, yo le decía: “es que yo primero quiero narrar y explicármelo yo, para mí.” Desde ahí partí, y la Dra. X, no voy a decir su nombre, dijo “ni madres, aquí tu yo nos vale. Tu yo no, nosotros hemos investigado”. Y yo le decía: “¿quiénes somos nosotros, doctora?” No, que está Foucault y Pecheux. “Pero Foucault no ha estudiado a esta escritora”. “¡No, aquí lo pones con nosotros!” Desde ahí. Yo dije, ¡puta madre! O sea, una inseguridad me dio, una desconfianza, me hizo bolas. “No, es que nosotros, así se habla en la academia, y tú no sabes hablar como académica”. Me dijo así. Le dije: “no, yo no soy académica y ni siquiera intento serlo”. Eso a mí me trajo como consecuencia una profunda inseguridad. Sí, cada vez que yo ponía “yo”, me lo quitaba. Entonces, a mí el pronombre deíctico “nosotros” sí me causó muchos problemas al momento de hacer un ensayo académico, porque las personas que están en la academia, con quienes yo trabajé, no permiten de ninguna manera un “yo”.
Desde mi punto de vista, estos elocuentes testimonios reflejan una de las razones menos estudiadas de la “incapacidad” de los estudiantes para escribir sus propias ideas: con frecuencia no se les permite expresar sus ideas ni sus palabras. En un artículo titulado “¿Se puede leer sin escribir?”, publicado hace más de quince años (Hernández, 2004), abordé de manera irónica esta realidad. Lo notable es que, hasta la fecha, me encuentro estudiantes y profesores que se sienten plenamente identificados con lo señalado en ese artículo, lo que muestra que las cosas no han cambiado mucho. Esto es dramático, pues quienes estamos en la educación superior, con frecuencia tenemos la idea de que los estudiantes “vienen con deficiencias”, que la escuela básica y media no hicieron su trabajo, que lo que estos alumnos requieren es regresar a aprender lo básico. Sin embargo, los testimonios antes citados muestran que la universidad, lejos de apoyar el desarrollo de los alumnos como hablantes y escritores, lo bloquea. Y esto es consistente con la idea que predomina entre los profesores de educación superior, expresada en esta frase: “Eso ya lo deberían saber”. Esta concepción pierde de vista la naturaleza específica de las prácticas letradas en la educación superior, las cuales tienen fines y formas distintos. Como docente, observo, por supuesto, la heterogeneidad en el nivel y experiencia de lectura y escritura entre mis estudiantes, pero es importante no perder de vista este principio pedagógico: si ya lo supieran, no estarían en la escuela; la escuela -de cualquier nivel- es para los que necesitan aprender, y para los que necesitan que se les ayude a aprender”.