Alegatos

Sin ser legalmente exiliado, mi salida de Chile estuvo relacionada con el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973 y el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende. Fui despedido de mi empleo en el sector público, así como del cargo de profesor en varias facultades de la Universidad de Chile en donde impartía clases. Además, cerraron el Centro de Estudios Socioeconómico (CESO), en septiembre del 73, en donde era becario, lugar en que estaba aceptado para iniciar estudios de doctorado en la primera generación, el mismo mes del golpe militar.

El profesor Enzo Faletto habló con el doctor Rodolfo Stavenhagen, director del Centro de Estudios Sociológicos (CES) de El Colegio de México en esos momentos, para recomendar mi postulación al doctorado que se había iniciado justamente en septiembre de 1973. Fui aceptado y me incorporé en marzo de 1974, que fue cuando pude salir de Chile.

Al llegar a la UAM-X en el año de 1981 me integré a dos áreas de investigación en la División de Ciencias Sociales y Humanidades. Una en mi Departamento de adscripción, en la que participé en su fundación llamada Procesos de Dominación, Clases Sociales y Democratización; no me enorgullece el nombre que le pusimos y que curiosamente aún perdura, pero nos importaba más el espacio que abríamos para pensar los problemas del Estado, del poder político, de la dominación, etc. La otra, en el Departamento de Política y Cultura, en el cual operaba un área que mantiene su nombre: Problemas de América Latina, región sobre la cual tenía particular interés.

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En cada una de estas áreas de investigación han participado muchos compañeros, que posteriormente han pasado a otras, aunque algunos ya han fallecido o se han jubilado. Quiero destacar que participar en las reuniones de estas áreas era una experiencia muy estimulante en los años ochenta y noventa. Las discusiones que se producían leyendo el avance de trabajo de alguno de sus miembros, de proyectos, de artículos para alguna revista o de algún nuevo texto que alguien proponía para mantenernos actualizados, eran apasionantes.

Había un hambre de conocimiento, de aprender de los demás, de ordenar ideas para explicar algún proceso, que llevaba a que las citas para las reuniones fueran respetadas por la mayoría de los integrantes, con textos trabajados, y la sensibilidad por la crítica no tenía el sentido que fue posteriormente asumiendo, como crítica personal. Pero creo que lo que terminó por dar el golpe de gracia a este trabajo colectivo fue el surgimiento de estímulos económicos que privilegian la producción individual. Muy pronto la lógica de acumular puntos se convirtió en el peor enemigo para leer textos de colegas, discutirlos de manera conjunta, de asistir incluso a reuniones, exceptuando las que son para resolver asuntos administrativos, reparto de presupuesto, plazas, o espacios para cubículos. La baja de los salarios reales hizo que los estímulos así asignados asumieran un peso sobredimensionado, con consecuencias nefastas para el quehacer colectivo.

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