Estás por entrar en un portón blanco con puertas azules, es la entrada de UAM Xochimilco. Vas agitado, miras el reloj y aceleras un poco el paso. Preparas tu identificación y saludas a los vigilantes. Es el pasto verde lo primero que se cruza por tu mirada, en los espacios deportivos de la Universidad. Sientes un poco de ánimo, no te das cuenta de esa sobredosis de color verde que te produce el pasto y los ahuehuetes de Calzada de las Bombas, con sus jóvenes y brillantes hojas. Llegas al final del pasillo y escuchas las tijeras podando los setos, pero, absorto, piensas en tu clase, a unos minutos de comenzar. Distingues de lejos el histograma rodeado de árboles, pero continúas tu camino por el edificio M.
“Diariamente se poda porque se necesita muy cortito. Sólo se deja de podar antes de salir de vacaciones, cuando la demanda de los espacios disminuye, pero al regresar implica un trabajo doble, desde cero, porque el pasto crece muy rápido.”
Pasas por el jardín Zapata. Ves la gente haciendo piruetas, platicando debajo de los árboles, tomándose fotos, alguien más corta el pasto y alguien más lee… y tú, a clase. La vida es eso que pasa mientras estás en clase, piensas. Estás a punto de llegar al edificio A y ves en el jardín de enfrente que las rosas se han abierto, son rojas, amarillas y blancas. Has dejado de ir a prisa, te das cuenta y retomas de nuevo tu paso rápido.
El ruido de los aspersores te advierte que te puedes mojar. No se ve mojado el pasillo de la planta baja del B, pero te haces a la izquierda, por si acaso. “¡No que no se quitaban del pasto!”, piensas tras ver que no hay nadie en el jardín. Te apresuras a subir las escaleras del Edificio D y ves en cada piso un fragmento de un árbol enorme y encuentras la punta en el tercer piso. Has llegado a tu salón, todavía no inicia tu clase y tienes todavía unos minutos extra. Contemplas el jardín y escuchas a tus amigos saludarte. Tienes la sensación de estar en un recuerdo onírico y aún estás ahí, viviéndolo.
Nuestro paso por la universidad está lleno de esos momentos, impresos en la mente por siempre. No serían realidad sin el trabajo de nuestros jardineros, de quienes depende la belleza de nuestras flores, plantas y árboles. Cornelio García, quien ha trabajado en la UAM por más de treinta años, nos cuenta su experiencia cuidando y embelleciendo nuestra Casa Abierta al Tiempo.