El consumo de alimentos orgánicos se ha convertido en una práctica cada vez más frecuente y extendida, dejando de ser una simple moda; hoy en día existen grupos de consumidores comprometidos con el medio ambiente. Siempre se tiene la inquietud de consumir alimentos sanos y de mejor sabor, en la Ciudad de México existen diferentes mercados orgánicos, pero muchos de ellos son elitistas, muy caros, para un público selecto.
Nuestro grupo de investigación ha estado trabajando con productores de los Municipios de Tlalmanalco y San Juan Atzacualoya, que son zonas periurbanas complejas. Ellos comenzaron viniendo a la UAM-X a vender lo que producían porque el cuello de botella de la agricultura es la comercialización. Sin embargo, esta manera no resultó ser la más conveniente por lo que empezamos a formular un proceso más efectivo de trabajo.
La propuesta fue hacer un sistema productivo y de comercialización que vinculara a consumidores y productores, nos dimos a la tarea de estudiar cadenas cortas existentes en Brasil y otros países. Con el colega Luis Manuel Rodriguez conformamos un grupo de consumidores y uno de productores y reunimos alrededor de 40 familias. Conseguimos un espacio en la colonia Roma en donde los productores dejan las canastas para los consumidores.
Los consumidores nos organizamos, de manera rotativa asumimos la coordinación de los pedidos y las cuentas, lo cual se acuerda con los productores. Estos tienen una cuenta de banco en la que se les deposita el dinero por adelantado cada mes para cubrir el consumo semanal. Se ha convertido en un proyecto autogestivo en el que el papel de la Universidad ya desapareció.
Un compañero, Juan Macedas, del proyecto de Sierra Nevada de la UAM-X, calculó los costos para ver realmente si lo orgánico costaba más. El acuerdo que hicimos con los productores es que ningún producto podía costar más que lo que cuesta en el supermercado y los consumidores aceptaron que el precio fuera el mismo todo el año. La canasta no la escogen los consumidores, es aceptada como viene, a veces nos llegan aguacates, a veces lechugas, lo que se vaya produciendo, así el productor nunca se queda con productos y los consumidores conservamos el precio.
Cada tres meses los consumidores vamos a trabajar a las parcelas de los productores para conocernos. No hay ningún sello de certificación, es un proyecto basado en la confianza, el afecto y la convivencia. Es un grupo que rebasó el nivel académico, es más que eso, nos la pasamos bien, comemos adecuadamente y los productores se han dedicado de lleno a la producción porque les está yendo bien. Es un proyecto que me fascina porque la UAM puso la semilla y el proyecto creció solito.