Soy una enamorada de la imagen; después de estudiar Diseño Gráfico migré a un área supuestamente opuesta, Filosofía y Política de la Cultura, y paradójicamente en vez de alejarme, regresé a la imagen.
Mi trabajo se orientó hacia el tema de Patrimonio cultural. Mi primer encuentro con él fue en la Maestría de Ciencias y Artes para el Diseño, en donde me sumergí en un océano de reflexiones en torno a lo que se considera lo patrimonial, que para mí es la recuperación, la conservación de algo que está más relacionado o vinculado con la evolución histórica, en la que el paso del tiempo ha ido agregando diversos sustratos de intervención, de interpretaciones, de construcción de múltiples identidades dinámicas y experiencias culturales.
La misma concepción de lo patrimonial es inevitablemente ideológica y política, pues aquello considerado como patrimonio forma parte de un sistema de legitimación político, social, económico y cultural atravesado por infinidad de intereses y de actores muchas veces en conflicto.
El patrimonio popular ha significado un cambio respecto de lo que está legitimado. Implica un posicionamiento político, una visión democratizadora de aquello que se legitima, de la inclusión de nuevos objetos, de otros espacios urbanos de la cultura popular que requieren estrategias y categorías diferentes de abordaje.
Con respecto a lo anterior, el caso de los museos de sitio me ha entusiasmado, pues son los lugares que resguardan la memoria, que protegen los testimonios de vida de las culturas populares, ancestrales y una producción material y simbólica propia.
Me he alejado definitivamente de las visiones tradicionales o convencionales y me he enfrentado a un compromiso mucho mayor respecto de los alcances del Diseño y sus articulaciones con la cultura; más allá de una recuperación o conservación de objetos consagrados, para mí es una concepción y un instrumento crítico que tiene que ver con el conjunto de nuestras ideas y prácticas.